Me he sentido torpe, inútil, mayor, hasta pensar que estaba iniciando un proceso psicótico o mutando una enfermedad. Al final, cuando he acabado de montar la nueva estantería que compré en los grandes almacenes del polígono, he solicitado hora a mi doctor por si acaso.
Una estantería en forma de cuadrícula donde podré ordenar todas las cosas que guardo de mi vida. Así podré tener mi vida totalmente controlada. En cada cubículo una categoría de recuerdos.
Me siento feliz de haber guardado tantas cosas desde mi infancia. Recuerdos desde hace 50 años.
En el primer cuadro coloco las cosas de mi infancia, los recuerdos de mi nacimiento, de mi bautizo, de mi más tierna infancia. Y las fotos, las fotos donde estoy en el hospital en los brazos de mi madre, con mis hermanas subidas a la camilla, delante de un enorme pastel que pone “Bienvenido”, rodeado de toda la familia, subido a una bicicleta con forma de caracol, con una cámara de fotos, llorando, riendo, desnudo durante el baño y abrigado en alguna alta montaña. Magníficas fotos de vivencias que nunca he tenido en mi memoria.
También guardo las medallas y collares de cierto valor que compraban cuando nacías. Gustaba mostrarme como una joya. Seguro.
En el segundo guardo los trabajos de la escuela, solo los que me pusieron un 8 como mínimo. Los trabajos de plástica, dibujos hermosamente infantiles, dibujos de montañas con una casa que tiene la chimenea encendida, un sol brillante, un árbol justo al lado de la casa, un río a pocos metros y unas flores en primer término. Hay los soñadores, en vez de sol dibujaba una luna, estrellas y otros planetas. O los Hopperianos, como el de una gasolinera con bar en un desierto y un coche llenando el depósito. Y los submarinos donde dibujaba el interior del mar lleno de peces y pulpos y plantas raras.
De pequeño me daba miedo el mar, era más de montaña.
Sigo llenando los cubículos en el orden prestablecido, el tercero son los discos, que a su vez ordeno empezando por los que primero compré, que a su vez ordeno por fecha de compra. Luego los demás por grupos de gustos musicales.
En los siguientes espacios van los libros que han marcado mi vida. Qué bonitos quedan ordenados por mi edad. En una mirada rápida leo Dumbo, Alicia en el País de las Maravillas, De la Tierra a la Luna, Astérix el Galo, Rayuela, Diálogos de cortesanas, El banquero anarquista, Todos los caballos del rey, El almuerzo desnudo, Siete manifiestos Dadá, 1.001 recetas rápidas de hacer.
Luego vienen los recuerdos de viajes, París, Lisboa, Sevilla, Roma, Lanzarote, Lloret de Mar.
En otro guardo camisetas de mi vida, de conciertos como Supertramp en el 79 o David Bowie en el 92, las regaladas por amigos, como la que tiene una lagartija verde, o las que nos hacíamos para celebrar las bodas de los demás.
Luego vienen las agendas, libretas y diarios, que hay muchos, todos empezados, pero solo escritas no más de diez páginas. Al azar cojo uno y lo abro en una página:
“Hoy hemos dormido juntos por primera vez porque mañana sale muy pronto el autobús a Lloret de Mar, le he regalado una copia de una foto de cuando era pequeño, sonriendo y ella me ha regalado una camiseta blanca con una lagartija en el centro, verde. Se acordó del dibujo que hicimos de pequeños juntos en el cole, un paisaje con una casa, nuestra casa. Antes de dormir puse el disco de Eric Clapton mientras le leía trozos del Diario de Cortesanas para ponernos calientes. Nos hemos tocado por primera vez. No olvidaré nunca este día”.
No recuerdo este día. Hace más de treinta años. Pero ahora que lo reviví... Quizás debo ordenar todo de una forma diferente, por hechos, por motivos, por emociones, por vivencias: los billetes del viaje de Lloret, con la camiseta de la lagartija, con la foto de mi infancia, con el dibujo de la casa y el árbol y el sol y el río, con el disco de Eric Clapton, con el libro del Diario de Cortesanas.
No recuerdo cómo se llamaba ella. Me estoy mareando y respiro muy rápido, me he de coger a la estantería para no caer, pero es ella, la estantería, la que cae encima de mí y los dos al suelo, y los libros y las camisetas y los recuerdos y las fotografías y los dibujos y los diarios y las revistas. Y mi colección de billetes capicúas de autobús.
Todo desordenado por el suelo.
La medalla de mi bautizo me ha caído a la cara. Creo que puedo sacarle un buen beneficio si la vendo, es de oro. Con eso podría pagarme unas sesiones en el psiquiatra.
Me siento dolorido, apenas puedo moverme. Cuando pueda levantarme solicitaré una ambulancia.
EN EL HOSPITAL
Desde la planta 16 del Hospital de Bellvitge y mirando el móvil, que no suena, que no me requiere. Y no sé qué aplicación abrir de nuevo. Y el bloc de notas que aún no he abierto. Y se abre una hoja en blanco. Y escribo.
Día 1
Mi compañero de habitación se llama Elías y tiene 93 años. Hasta jubilarse fue pastor de ovejas. Y luego vino a la ciudad. Con 80 años se aburría y empezó a ayudar a los vecinos acompañándoles y contando cuentos, luego arregló las pequeñas averías. Hace la compra de todos, les limpia y plancha la ropa, friega platos y limpia los lavavajillas, les sube los muebles de Ikea y luego los monta, tiene sexo si se lo piden.
El domingo, cambiando una bombilla, se cayó y se abolló la cabeza.
Esta madrugada me desperté y le escuchaba hablar "cincuenta y tres, cincuenta y cuatro, ¡eips, gira! ¡gira! Cincuenta y cinco, cincuenta y seis, cincuenta y siete".
Elías tiene 93 años y es mi compañero de habitación.
Día 2
Desde mi ventana veo este edificio. Y hoy vi llegar el autocar. Ayer me entregaron el folleto Viajar Es Mi Elección. Cada semana un autocar sale del hospital en dirección a un edificio que hay en la parte trasera. Las personas que lo eligen viven todos los placeres que deseen y todos los deseos que les plazcan. Sin límite y sin control. Y lo que sí saben todos es que en un día inconcreto y desconocido para cada uno viajarán para siempre. Algunos, me dicen, no soportan la ilimitación y se tiran por el balcón.
Y es que hoy vi llegar el autocar al edificio que veo desde mi ventana.
Día 3
Me he tumbado en la cama al llegar a la habitación.
He salido al pasillo a caminar. Al poco he notado que empequeñecía todo yo. Cuando mis ojos estaban a la altura de los pomos he girado para volver a la habitación. Y he seguido empequeñeciendo. Y mis pasos son cada vez más cortos y mi puerta más lejana la veo. Un suspiro más y llego a mi enorme puerta cerrada. Un suspiro más y soy como una hormiga. Y veo un enorme túnel por el que veo mi habitación al fondo.
Ya dentro de mi habitación me he tumbado en la cama.
(Cuento de día triste, sin más)
Día 4
Hoy he sido el primero en pasar por la sala de radiografías.
Me han explicado que en el sexto paciente han parado el aparato para revisarlo porque alguna cosa sucedía. Al sexto, en la radiografía, le aparecen dos brazos que no son suyos. Al quinto, con dos pulmones en vez de sus dos piernas. Con el cuarto imaginan todo lo que ven. Al tercero, un corazón en medio de la cara. Al segundo se le ve una sonrisa en el pecho. Mi radiografía es totalmente oscura cuando he pasado el primero por la sala de radiografías.
Día 5
A las 8 me traen las pastillas.
Las enfermeras han abierto la puerta de mi habitación totalmente y en el centro de control, en medio de la sala de habitaciones, aparecen todos los habitantes de la planta de problemáticos respiratorios. Una música enlatada me invita a mirar y a participar en la fiesta que se está montando. En las mesas de los doctores hay una colección de cócteles diversos. Tenemos libre albedrío con nuestras acciones, nos comenta la Doctora Suspiro mientras el Doctor Apnea sube al mostrador, se quita la ropa, se queda en tanga dorado brillante y hace fabulosos movimientos en el trapecio central. Los de la 13 y uno de la 7, al grito de "¡Venga una Conga!", la inician, y enfermeras, doctores y enfermos nos acoplamos gritando "La Conga de Jalisco, va y viene" "¡Que sale el infeccioso!". Y todos raudos nos ponemos la bata, el gorro, los guantes y la mascarilla y el nuevo integrante se une a la conga y seguimos gritando "gla cnga djaiso", con la dificultad de cantar con mascarilla. El doctor Inspira nos invita a absorber de unas pipas enormes "¡fuerte, fuerte que es Nicotina pura!". La del 3 y la enfermera Ahogo se besan y se tocan y la Doctora Anoxia se añade. "¡Solo importa la libertad!", grita el Doctor Tos quitándose la bata, el gorro, la mascarilla y hasta quedarse desnudo como hemos hecho los demás, abrazándonos al infectado, saltando y cantando mientras noto algunas erecciones de algunos y de algunas. La Doctora Miopatía me besa intensamente dejándome con aliento. Y las voces y gritos se apagan y alejan. Y yo sentado en mi asiento, confuso, desde que me trajeron las pastillas a las 8.
EN LA CALLE
Cinco días agotadores en la planta 16, pero ya estoy en la calle respirando profundamente el humo de los coches que circulan por las autopistas que rodean el hospital.
- ¡Ostras, Xavi! ¡Cuánto tiempo desde la última vez! – dice una mujer que me grita desde la lejanía agitando los brazos, que se acerca, que no sé quién es, que lleva una sortija con forma de lagartija, que me hace recordar que tengo mi vida tirada por el suelo de mi habitación y que me estoy quedando sin respiración y que me caigo.
Autora de la Il•lustració: Gema Foz