Viaje astral
Estaba tranquila, muy tranquila y confiada.
Trataba de entender cómo lograrían hacerme entrar en un sueño profundo. Pasaban los minutos y mi relajación era cada vez mayor, los párpados se me cerraban cada vez más. Cuando me di cuenta, sentí como mi alma despertaba en una nueva dimensión.
Soñé que volaba hacia un mundo mágico, lleno de seres de luz. Seres que irradiaban una profunda paz y que transmitían una serenidad tan apaciguadora que daban ganas de quedarse eternamente. Sus rostros eran alegres, sonreían por doquier, hablaban dulcemente; sus voces penetrantes trasmitían lecciones magistrales llenas de amor.
Me sentía ligera y extraña al mismo tiempo por encontrarme tan bien y tan a gusto. Era capaz de vislumbrar el ser verdadero que habita en mi interior y que nada tiene que ver con aquel que habita en el mundo estresante y paradójico del planeta azul. ¿Quiénes somos realmente? ¿De dónde venimos?
El tiempo parecía no existir. No había relojes marcando las horas; tampoco había prisas. Era como si fuese siempre de día, pues la luz celestial iluminaba con tal intensidad que opacaba incluso a la noche más estrellada y brillante.
Me entró sed, mucha sed. Apenas podía generar saliva. Para mi sorpresa, uno de esos seres de luz me alcanzó un vaso lleno de agua cristalina y transparente. Alcancé previamente a vislumbrar cómo había llenado ese vaso de agua en la gran fuente que apareció frente a mis ojos. La fuente de la vida. La fuente de la plenitud. La fuente de la sabiduría. Bebí con tanto entusiasmo que noté cómo esa agua bendita recorría todo mi ser, sanándolo. Me colmó de energía, de paz, de gozo, me alivió la sed. Me recorrió un inmenso sentimiento de placer y alivio por todo el cuerpo.
Y de repente, oí una voz en la lejanía que me susurraba:
¿Estás bien? Despierta, todo ha ido bien, ya hemos acabado con la operación, no me lo podía creer, ¡pero si acababa de quedarme dormida! ¡Hacía muy poco que estaba en el paraíso celestial con aquellos seres magníficos de luz!
Desde la ventana de la habitación del hospital, era capaz de darme cuenta de cuánto brilla el cielo. Los rayos de la luz del sol son tan fuertes que intensifican la sanación de todas y cada una de nuestras células.
No paraba de pensar en ese viaje astral que mi alma había realizado y que tanto anhelaba. Un viaje, tal vez real para algunos, tal vez onírico para otros, pero sí puedo asegurar que ese lugar existe. ¡Cuánta magia nos queda aún por descubrir!