Ardillas en mi habitación, de Ma. Carmen Carbonero García, Desde mi habitación vol. I, pag. 37

ardillas en mi habitacion

Podría ser un día cualquiera…
Todo pasó muy rápido. Una llamada telefónica y mi mente quedó detenida, como si no hubiera un minuto después o quizás un segundo...
Las luces de la ambulancia y su sonido hicieron que el silencio de la casa y el murmullo de un padre muy lejano, que apenas podía saber quién era, ni de dónde venía, se hicieran amargos. Mi madre, esa mujer de fortaleza indestructible, deambulaba sin saber qué hacer ni qué buscar. Una hija y un yerno sin poder explicar lo que había pasado y un vecino intentando ayudar sin saber cómo hacerlo.
Y una vez en el hospital, todo se llena de sentimientos indescriptibles y dudas, de cuál será el resultado. 
Deprisa, deprisa, oímos una y otra vez, personas de aquí para allá, y sobreviene la larga espera. Muchas horas después, la respuesta de los médicos no es la esperada y comienza una angustia infinita.
Un padre atrapado en un submundo injusto y que lo lleva hacia un camino oscuro que no tiene salida. No hay puente ni transporte que le ayude a salir de esa carretera vacía. El puente cae, la carretera se derrumba y esto le ralentiza la salida.
“Papá, busca el camino, una y otra vez”, le decía al oído... “Seguro que lo encuentras, que la carretera sigue... Estamos allí, busca la salida...”. Pobre de mi padre, en un lugar sin sentido y oscuro.
Los días y las noches siguen, una tras otra,y mi padre no mejora. Contándole historias nos damos cuenta de la de aventuras que hemos pasado, la vida que hemos tenido y lo feliz que hemos sido con él. Lo vemos ahí, apagándose en una triste cama sin poder hacer nada, pero no dejaremos de insistir, de leerle y de moverle los brazos y piernas una y otra vez hasta que despierte…
Mi madre, como una montaña, sigue en pie insistiendo una y otra vez. Los días de tanto esfuerzo y tan poco descanso hacen que la noche sea exhausta. Mi madre, en su soledad, habla y piensa sobre un “¿por qué, por qué…?”. La vuelta en coche hasta casa es triste, no hay palabras, solo la mirada de mi marido y unos ojos envueltos en lágrimas.

Treinta días en coma, treinta sin escuchar tu luz, papá…
Cuando ya esperábamos el peor desenlace, llega la vida. 
Mi padre ha despertado...
Y qué despertar... Ese mirar que nunca olvidaremos, ese balbuceo de palabras que no se entienden y que quieren salir para expresar lo que siente, confusión en su mente... Ese desconocimiento de lo que ha pasado.
Los doctores no dan crédito a lo ocurrido. Ha sido una sorpresa inesperada y siempre nos piden que vayamos con cautela. Ha sido un milagro de la vida.
Aún recuerdo esa primera mañana, cuando lo vi despierto, con la camisola del hospital, asustado, con la mirada fija y las secuelas de la enfermedad en su cara. No nos conocía, murmuraba palabras sin entenderse, buscaba a su familia con una frase que emitía con sonido desgarrador, “estoy solo…”. Lloraba, porque no entendía dónde estaba, ni quiénes éramos…
Comienza un nuevo camino…
A partir de ahora, hay que ser más realista. Todo se complica y en mi madre todo es difícil de comprender y no puede romper su esquema mental, su marido, su casa, sus cosas… Nos espera mucho esfuerzo y paciencia. No será tan fácil y ella no lo ve… aún…
Comienza el traslado en ambulancia. Es tan alto que da con los pies en las puertas... Se ríe y me mira dentro de su asombro. Apenas puede hablar, no sabe a dónde se dirige, pero lo que ve por la ventanilla es algo nuevo que le sorprende. En su cabeza le envuelve la incerteza de lo que le ha pasado, pero nos mira y transmite una gran paz, “por fin está con nosotros”, dice mi madre... “Ya está de vuelta”.
Comenzar de cero.
Mi padre no camina, no siente su parte izquierda, confunde y no entiende el desconocimiento de las cosas que tiene. No puede tragar líquidos, lo que hace más difícil el empeño de mi madre, que coma… Como si eso fuera una gran solución y un día se levantase y pudiera ser todo normal… Es mi padre el que nos deja cada día un aliento de alegría, como un niño pequeño al ver a sus padres al salir del colegio…

Nos dicen que las noches son terribles. No duerme y desvaría muchísimo, tanto que intenta agredirse. Se inquieta de tal manera que por las mañanas su cuerpo y su mente muchas veces vuelven a estar inertes por la medicación. Pero, poco a poco, va recuperando su pequeña seguridad. Lo observa todo y nos mira como si quisiera encontrar algo, pero no sabemos el qué…
Esta situación duele mucho, tanto que al respirar profundamente nos surge un quejido que no se puede controlar y te preguntas: “¿Por qué yo... y cómo lo hago? ¿Quién me ayuda a solucionarlo?”.
Llorar en el coche, a solas... no hace daño a nadie...
Y mi padre... esa nueva persona, frágil e inocente, que espera como un niño en edad preescolar a que lleguemos a su habitación. No le salen las palabras, es un volver a empezar, pero en su cabecita runrunea su vivir y su historia. “Poco a poco, papá... ya verás mañana...”.
Cómo te das cuenta que todo puede acabar en un momento, e iniciarse sin apenas darte tiempo a respirar. Aprender a comer, beber y a saber quién eres... Qué fácil parece todo y qué difícil es vivirlo.
La medicación sigue su curso y todo comienza a ser un poco más coherente en la mente de mi padre. Se acuerda de su vida anterior, pero la actual se pierde en su búsqueda de palabras... Mi madre comienza a ver la realidad y su mundo se desmorona. Se desborda, y en su imaginación quiere resolver una situación que no volverá a tener.
Poco a poco, esa voz extraña vuelve a surgir de mi padre con historias increíbles. A veces cree estar en otro lugar, quiere ver la plaza, el parque y a su madre, que hace años que nos dejó.
Me he dado cuenta que ahora lo más importarte es ser Feliz. Solo quiero que sea Feliz. Una nueva etapa y a seguir el camino impuesto de la vida…
Cada mañana mi madre pasea con mi padre en su silla de ruedas. Largas charlas que fortalecen la relación con mi padre y que ella agradece con mucho cariño. Por las tardes, cuando llego a su habitación después de trabajar, mi padre, dentro de esa inocencia obligada, me explica con detalle sus aventuras nocturnas.

Así comienza su nueva historia:
“Esta noche he tenido una visita”, me dice mi padre.
“¿Cuál, papá?”
“Unas ardillas han venido a verme. Eran pequeñas, con una cola larga y de color marrón”.
“Ah, ¿sí? ¿Pero de verdad estaban en tu habitación?”
“Sí, sí, y entraban por mi ventana y, saltando a mi cama, nos traían nueces”.
“¿A Manuel y a ti?”
“Sí, en mi cama no se sentaban, pero en la de Manuel sí.”
“Manuel, las has visto esta noche?” Y Manuel, compañero de habitación, abría los ojos sin poder articular palabra y me sonreía una y otra vez. 
Mi madre estaba preocupada, sin entender la imaginación de mi padre, y respondía: “Te habrás equivocado”.
“No, no, ¡es de verdad! Tu hija lo sabe” –se iba enfadando y seguía diciendo…
“Las nueces eran buenas porque se veían grandes, ¿verdad, Manuel?”.
Manuel escuchaba sin decir nada. Solo movía los ojos y asentaba con la cabeza.
Mi padre seguía diciendo: “Después, se quedaban en su cama hasta que me dormía, porque en la mía yo les daba con el pie y las molestaba. Díselo, Manuel...”.
Manuel sonreía.
Qué bonita historia de ardillas que vienen a visitarlo, dentro de esta imaginación tan frágil…
Transcurren largos días y, de pronto, una sorpresa enorme, la fisio me esperaba: recuerdo la cara de mi padre intentando sonreír para que lo viera. Estaba en pie… en pie… cogido por la cintura, pero podía estar en pie y caminar. Sus primeros pasos. No podía imaginarlo nunca. Me abracé a él como si fuera la primera vez. Mi madre sonreía y en su cara se reflejaba la ilusión de un comienzo que va por buen camino. Unas lágrimas de alegría siempre sientan bien…
Un día más, las tardes se llenan de historias sorprendentes en su habitación:
“Cariño”, me confundía con mi madre.
“¿Qué pasa, papá? ¿Qué has hecho hoy?”
“Esta noche he estado preocupado, porque tu hijo se ha quedado conmigo y se ha dormido en la butaca toda la noche”.
“¿No sería otro día?” –le respondía, sabiendo que mi hijo había estado estudiando en casa.
“No, ha sido esta noche”.
“Quizás vino después de cenar a darte las buenas noches y después marchó a casa a dormir y parece que haya sido muy larga la visita, ¿no?”
“Podría ser, pero seguro que estuvo aquí”, decía. “Pero después, cuando han venido las ardillas, ya no estaba”.
“Papá, ¿han vuelto a venir?”
“Sí, pero no han traído nueces, solo se asomaron por la ventana y me vieron. Después ya me dormí. Esta mañana le he dicho a tu madre que había un águila en la ventana, con grandes alas, era preciosa”.
“Qué bonito ver tantas cosas, pero ¿no estarías dormido?”
“No, no, estaba ahí justo donde estás tú ahora, en la ventana” –enfadándose por no creerlo.
“Pues a ver si viene y la veo yo también”.
“No, porque se asustará, como las ardillas”.
Sonreíamos los dos...
......
“Niña, esta mañana he visto un caracol grandísimo en la ventana. He llamado al enfermero, pero no veía nada”.
“Claro, papá, es que esos animales vienen a verte a ti y no para que miremos nosotros. Tienes que pensar que algún día se irán porque tú estarás mejor y ya no necesitarán que vengan a verte. ¿No lo crees?”
“Sí, claro. Pero ¿dónde voy a ir yo? No puedo dejar a estas chicas solas”.
“Cuando nos vayamos, vendremos a verla todos los días, no te preocupes, pero aún falta”.
“¿Y no vendrán las ardillas?”
“Pues no sé, papá, igual no”.
“Pues no sé con quién jugarán…”.
…..
“Esta noche han venido policías, niña”.
“¿Aquí, a la residencia?” –mi madre, enfadada por la historia que no entiende.
“Sí, y les he dicho que aquí vienen muchos animales a visitarnos”.
Me río y sigo con la cena que acaba de llegar…
Pasan los meses lentamente y mi padre camina muy despacio con su andador y después su bastón, del cual no se puede despegar. Lo veo tan frágil y tan pequeño. Hace nada le pedía consejos y ahora todo ha cambiado mucho. Esto me hace tomar decisiones, decisiones temerosas que con el apoyo de mi madre y mi marido van saliendo adelante. Escucharlo hablar e intentar razonar, su actitud tan positiva de las cosas y su fuerza de voluntad… Para mí es un campeón.
“Papá, ¿y las ardillas?”
“Uy, ya no vienen a verme”, me responde. “Ya me ven que estoy bien y no hace falta que me visiten por las noches. Pero me hicieron buena compañía... Cómo saltaban y jugaban… ¡Qué noches más largas!”
“Ojalá pudiera verlas...”, le digo.
“Déjalas, ellas están bien donde están, y tú también...”.
Y ahora, veo la figura de una parejita cogida de la mano, paseando por el parque. Caminan lentamente, lo observan todo y su bastón lo delata. Son mi padre y mi madre. Después de dos años del accidente, creo que la vida nos ha dado esta segunda oportunidad de ver las cosas con más atención y profundizar en lo bonito de ella. Ahora, aún a veces, nos gustaría ver esas ardillas tan bonitas y juguetonas que hacían reír y entretenían a mi padre.

Papá, gracias por hacerme Feliz.

Mª Carmen Carbonero Garcia

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