El glioblastoma es el tumor cerebral primario más frecuente y de peor pronóstico. Tiene una evolución muy rápida y su aparición puede provocar dolores de cabeza, somnolencia, convulsiones y problemas neurológicos que afecten el habla, el movimiento y la memoria. Por eso su manejo representa un gran reto para el sistema sanitario. A su vez, los sistemas de salud pública han tenido que enfrentarse a grandes dificultades durante los últimos quince años, como la crisis financiera global o la reciente pandemia de COVID-19, que han tenido consecuencias en el diagnóstico, seguimiento y tratamiento de algunas enfermedades. Ahora, el grupo de investigación en Neuro-oncología del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL) ha analizado los datos de los pacientes diagnosticados de glioblastoma durante el período 2008-2021 para determinar el impacto de las diferentes políticas empleadas a la hora de enfrentarse a estos desafíos.
El equipo de investigadores, liderado por Jordi Bruna, también coordinador de la Unidad Funcional de Neuro-Oncología del Hospital Universitario de Bellvitge (HUB) y el Instituto Catalán de Oncología (ICO), ha identificado que estas crisis han alterado la ruta asistencial que han recibido los pacientes con glioblastoma, especialmente en el período correspondiente a la crisis financiera. Por el contrario, la gestión durante la pandemia no ha impactado significativamente en su supervivencia.
Los resultados publicados esta semana en la revista Neuro-Oncology apuntan una correlación entre un diagnóstico e inicio del tratamiento tempranos y una mejor supervivencia de los pacientes, al mismo tiempo que establecen que los niveles de inversión en el sistema sanitario acaban constituyendo un factor pronóstico de supervivencia importante para los pacientes. Por otra parte, los autores señalan que los efectos del período de la pandemia de COVID-19 probablemente han sido contenidos gracias al esfuerzo de los sanitarios y la rápida adaptación de los protocolos a la situación de estrés.