La cara B de Francina Jaumandreu, administrativa del Comité de Investigación y celebrante de funerales laicos

- La Cara B

“Cuando estoy escuchando la historia de una familia, mi historia está totalmente lejos en ese momento, no existo y sólo existe la otra familia”

Una tragedia familiar acercó a Francina Jaumandreu a la organización de las ceremonias de despedida laicas, en las que alguien recuerda en voz alta a la persona querida que se ha marchado. Nueve años después asegura de forma rotunda que hacer de celebrante es algo irrenunciable para ella porque se siente plena ayudando a las familias a despedirse de sus personas queridas con belleza y serenidad.

- ¿Cómo debemos llamar el trabajo que realizas en los funerales laicos?

Se define en muchas formas y ninguna es oficial. Empecemos bien, ¿verdad? La razón es que se trata de una profesión que simplemente no existía. Nació hacia los años 70, cuando empezó a haber familias que no querían hacer una misa para despedir a sus difuntos. Inicialmente se lo organizaban ellas mismas, pero con el tiempo algunas personas se fueron profesionalizando o especializando en despedir a los difuntos de una forma no religiosa. Se trata de ceremonias personalizadas, ya las personas que las conducen se les llama oficiantes, oradores... pero creo que celebrante es el término que mejor lo define. Un celebrante es una persona que acoge a la familia, le escucha, le pide qué quiere, qué necesita para despedirse de su difunto; conversa con ella para conocer al difunto y su entorno. Esto lo traslada al papel y después oficia la ceremonia.

Francina Jaumandreu

- ¿Y cuándo y cómo te introdujiste en esta actividad?

Empezó con una historia trágica de mi vida. En 2014 murió mi hija de 29 años en un accidente de moto. Un mes después hice un acto para recordarla, con mi familia, mis amigos, con el corazón de gospel en el que yo cantaba. A partir de ese momento, como empecé un proceso de reconstrucción de mí misma, busqué maneras de ayudar a los demás, y mediante una de las compañeras de gospel llegué a las ceremonias no religiosas que se hacían en los tanatorios. Hice unas sustituciones por mi amiga y fue amor a primera vista, hace ya nueve años. Me enamoré de ese oficio, del que no sabía nada y que he ido aprendiendo con la práctica.

- ¿Y con estos años de experiencias que ya atesoras cuáles crees que son los principales valores para hacer bien este trabajo?

Hay muchas circunstancias, muchas formas de morir, y muchas maneras de despedirse. Sin embargo, creo que hay algunos valores fundamentales que un celebrante debe poder aportar a todas las ceremonias: la hospitalidad, entendida como la capacidad de acoger; la presencia, que es esa disponibilidad para escuchar sin hacer juicios, y estando totalmente presente, con plena atención, sin que haya interferencias. Es decir, cuando estoy escuchando la historia de una familia, mi historia está totalmente lejos en ese momento, no existo y sólo existe la otra familia. La compasión también es esencial, pero no entendida como la lástima, sino como empatía, como solidaridad, como el deseo de aliviar el sufrimiento del otro. Y encuentro igualmente fundamental la honestidad: ser capaz de ponerse en la piel del otro sin artificios ni puestos teatrales. Finalmente el respeto es primordial, un respeto que nace de dentro, de la voluntad de que el otro reciba justo lo que necesita, tal y como lo necesita, y que ese acto sea plenamente personalizado, hecho a medida.

Francina Jaumandreu

- No hay maestros, no hay cursos...

He aprendido sobre todo de personas que trabajan en el campo de los cuidados paliativos. Cuando alguien se está despidiendo de un ser querido, está viviendo un momento muy duro y hay que hacer algo para ayudarle. Y aquí es donde entro yo. No voy a hacer un papel, a cubrir un trámite, sino a realizar una labor de acompañamiento, aunque sea indirecta, porque nadie me pide que la haga, pero que yo entiendo que está implícita en la profesión.

- ¿Está creciendo el número de familias que piden este servicio?

El porcentaje de ceremonias personalizadas está creciendo mucho en España en comparación con las ceremonias religiosas por diversas razones. Una de ellas es que la ceremonia que hacemos nosotros es muy personalizada. Se habla mucho del difunto, de su vida, de sus relaciones humanas, de sus intereses, sueños y anhelos, se habla de todo lo importante para aquella persona, se transmite el retrato más fidedigno posible. Todo esto es fundamental, y en una ceremonia religiosa no puede hacerse. No entra en su liturgia ni en sus protocolos. En una ceremonia laica y personalizada, puede intervenir la familia, y elegir la música que desee, sin ningún tipo de censura.

- ¿Haces muchas ceremonias?

Actualmente estoy trabajando sólo los fines de semana y lo hago en un tanatorio donde hay trabajo. En un fin de semana, puedo celebrar entre dos y cinco ceremonias, más o menos.

- ¿Y cómo encaras las entrevistas para recabar información?

Las entrevistas pueden ser más o menos largas, dependiendo de lo que la familia me explique.

Francina Jaumandreu

Foto de Regine Sahmel

- ¿Y supongo que es muy importante generar confianza entre tus interlocutores?

Es un pequeño reto sentarse en el despacho de una funeraria para hablar con una familia que de nada te conoce. La primera misión es hacerles sentir que ese espacio es seguro, un espacio de confianza, donde pueden abrirse y contarte lo que quieran. A medida que van pasando los minutos se van relajando, se van abriendo más, ven que frente a él hay una persona honesta, que no les juzga y que se les escucha con interés sincero. Sin embargo, de vez en cuando me encuentro una familia que noto que no se abre y que me está contando una cuarta parte de lo que podría contarme. Entonces me callo y lo respeto. Esto ocurre muy rara vez. Yo abro la puerta para que me cuenten lo que quieran, pero nunca pincho para sacar información, porque entiendo que es su territorio, que están en un momento vulnerable, y debo respetarlos.

- ¿Y qué reacciones te encuentras terminada la entrevista o la ceremonia?

Cuando las familias no están acostumbradas a este tipo de ceremonias, quizás esperan encontrarse con un trámite más. Están cansados, quizás han dormido poco... Entonces, entran 3 o 4 miembros de la familia en mi despacho y comienzan a hablar y se van animando. Y comienzan a recordar anécdotas y comienzan a salir cosas; ya veces, cuando terminan, me dicen: 'al final esto ha sido mejor que ir al psicólogo', 'si hemos dicho cosas de papá que yo ni recordaba que habían pasado o que yo no las sabía'. Muchas veces se dan cuenta de que ese pequeño espacio les ha ido muy bien para abrirse, para empezar a liberar un poquito la tristeza o lo que les inquieta. Y después, al terminar la ceremonia la mayoría de la gente se muestra muy agradecida conmigo. Me siento muy afortunada en ese sentido.

- Ésta es una actividad casi irrenunciable para ti...

Ahora mismo es una actividad laboral, pero si dejara de suponer unos ingresos seguiría haciéndolo, porque me apasiona, la verdad. También tengo que decirte que después de una tragedia como la que sufrí, necesitaba encontrar algo en mi vida que le diera mucho sentido, ser capaz de ayudar a otras personas, algo que me hiciera sentir mucha plenitud. Ya sé que no puedo evitar que sientan tristeza y que pasen una época muy difícil, pero si puedo ayudar a que, al menos, se despidan bien, que se despidan con dignidad, con belleza, con serenidad, pues me siento muy satisfecha. De alguna manera, esto me ha ayudado mucho a aceptar lo que me pasó, lo que le ocurrió a mi hija, y lo que vino después.

- ¿Y crees que puees destacar los principales aprendizajes de estos nueve años de celebrante?

Para mí, uno de los aprendizajes fundamentales ha sido que dentro de la tristeza y del dolor hay también mucha belleza y mucho amor. A veces me dicen “pero cómo puedes hacer este trabajo, ¿con lo que te pasó?” Y resulta que es justamente lo contrario. Por un lado me he dado cuenta de la importancia que tiene el poder ayudar a los demás. Es decir, que tú, para salir de tu propio dolor, debes sacar el foco de ti mismo, abrirte al exterior y empezar a mirar lo que hay a tu alrededor. Para mí fue revelador descubrir que ayudar a los demás era la mejor forma de trascender mi dolor. Y lo otro es que todas las situaciones tristes tienen algo bonito y sólo tienes que saber encontrarlo. La tristeza que siente la familia es proporcional al amor que sienten para aquella persona de la que hoy se despiden. Esto me emociona; me conmueve ver familias donde los niños pequeños escriben una nota por su abuelo, de la forma que pueden, quizás mal escrita, pero cargada de amor. Estas cosas me emocionan y me llenan muchísimo. De hecho, me haría mucha ilusión poder recoger muchas de las historias que he conocido en un libro.

Francina Jaumandreu

Cementiri de Sinera, a Arenys de Mar. Foto de Josep Roig Casas

- Esto rompe bastante de los esquemas habituales con los que encaramos estas situaciones. ¿Crees que ha habido algún cambio en la relación con la muerte de nuestra sociedad?

Se percibe, en ciertos sectores, una necesidad de que esto empiece a cambiar. Actualmente, y no está sólo en España, sino en todo el mundo occidental, existe una negación masiva de todo lo que tiene que ver con la muerte, además de miedo, y rechazo. Por lo general, la sociedad todavía está sumida en esta fase de negación absoluta. La parte de la sociedad que está más sensibilizada son las personas que tratan con personas, las personas que cuidan a los demás. Entonces, en entornos de cuidados paliativos, de final de vida, de abordaje del duelo con terapia psicológica o con grupos de ayuda mutua, de acompañamiento espiritual del sufrimiento, se empieza a notar cambios. Supongo que esto irá creciendo, y deberá ir extendiéndose a todas las capas de la sociedad hasta que llegue el momento en que se vuelva a vivir la muerte con naturalidad. En el seno de las familias no es habitual plantearse cómo despedirán a sus personas queridas. Tienen que decidir más y antes sobre cómo debe ser esta despedida.

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