Para Frank

RELAT-Hos - Maria Sánchez Pulido

Soy una más, una más, de tantas personas que por motivos de salud tienen que permanecer hospitalizadas por algún tiempo. Esta última vez fueron 8 días en observación, y aunque yo no me sentía enferma, las pruebas parecían indicar lo contrario. Afortunadamente, fui alta en una semana con una evolución favorable.

Por ello tuve la ocasión de pasear por planta y así conocí algunos enfermos y cada uno de ellos con su propia historia particular. También tuve la suerte de tener una entrañable compañera de habitación a la que ya nunca más olvidaré porque compartimos, además de habitación, confidencias y experiencias, propias de nuestras enfermedades y de nuestras vidas. Me sentí bien acompañada.

Tuve la ocasión de conocer una persona extranjera, nacida en otro país, pero quizá nacionalizada ya española, que siempre estaba sola, paseaba sola, con las manos en los bolsillos de su pijama azul, con una media sonrisa siempre en su cara, con un semblante amable y a la vez relajado. No era joven, aunque, y a pesar del atuendo típico del hospital, el pijama azul, se le notaba una cierta elegancia.

Una tarde nos saludamos y estuvimos charlando un buen rato. ¿Y de qué hablamos? Pues primero de nuestra enfermedad, de por qué estábamos allí. Hablamos de nuestros tratamientos, hablamos de nuestros médicos, de lo bien atendidos que nos sentíamos por el trato que recibíamos del personal del hospital. Hablamos de si nos gustaban más o menos las comidas. Hablamos naturalmente del tiempo y de otras varias cosas más sin relevancia alguna.

Esta persona, este enfermo, me dijo que se encontraba solo en Catalunya, que a la mañana siguiente lo intervendrían a corazón abierto, que estaba solo, aunque tenía familia, dos hijos en su país, pero que nadie estaría a su lado para acompañarle a quirófano y nadie le esperaría cuando saliera de él. Me dijo que no estaba triste por ello, pero yo no lo creí porque su mirada decía que tenía miedo, no a la operación, pero sí temía qué sería de él a la salida del hospital. Nadie lo esperaba.

En ese momento recordé lo afortunada que me siento de tener a mi familia y amigos siempre que me hacen falta. Cuán afortunada soy de poder sentirlos cerca de mí. Siempre algunos te fallan, pero también otros te sorprenden. Mi relato va dedicado a esta persona, este enfermo, fuera de su país, lejos de la ciudad donde reside habitualmente, abandonado por su familia y sin amigos que se interesen por él.

A la mañana siguiente, la ducha, el pijama verde, dejar sus cosas en una taquilla y esperar al celador para ir a quirófano. Tuve la ocasión de despedirme de él camino del quirófano. Y ya en la camilla le di la mano, le besé en la frente deseándole lo mejor. Intenté saber cómo le había ido la operación, pero nadie me quiso dar información. Se llamaba Frank y le deseo una pronta recuperación de su salud y de su familia. Hoy día 10 de octubre, es miércoles y está lloviendo.

 

María Sánchez Pulido