Esta es la historia de una chica, en la que habitaba un lobo. Lupus, maldita enfermedad.
Por las mañanas se miraba al espejo y siempre derramaba una lágrima. Estaba muy cansada de luchar por su vida cada día. Ocultaba sus manchas con maquillaje cuando veía el lobo brotar de su cuerpo. Le encantaba escribir, bailar, hacer deporte, pero es tal su dolor en todas las articulaciones que le resulta imposible. A veces sufría cefaleas y amnesia, pero aun así quería seguir estudiando para sentirse útil. Constantemente tenía fiebre, que le nublaba la vista, y, cuando iba a paso rápido o sufría estrés, el lobo la ahogaba por dentro, absorbiendo su aire como si la estrangulara, oprimiéndole el pecho, hundiéndola en un pozo vacío de inmenso dolor. Día tras día se sentía cansada, como si el lobo estuviera dentro de ella recorriendo miles y miles de kilómetros. Le prohibieron el sol, ya que, si este le atravesara con sus rayos, el lobo la mordería, dejándole en el rostro una mordida en forma de alas de mariposa, y por su cuerpo marcas que hacían que el “invisible” depredador se manifiestará.
El lobo la arañaba, la desgarrabapor dentro, debilitándola, haciéndole heridas en sus pies, en sus manos, en su nariz, en sus labios, dejándole sus huellas por todo su ser.
Intuía que el depredador quiere salir, pero ella sabe que nunca la dejaría en paz, pues no existía todavía cazador lo suficientemente fuerte para matarlo. Sin embargo, la fuerza de la mirada de esa chica me dice que aún le queda algo de esperanza por vivir. Jennifer Blanco Tortajada