Nunca nadie tan desconocido fue tan cercano

Relat-Hos Frances Cabezas

Hace más de 2.500 años el filósofo griego Heráclito decía: “Lo único constante en la vida es el cambio”. Por el contrario, el ser humano tiende a olvidarlo y elabora planes de lo que va a “suceder” en los próximos cinco años, cinco meses, cinco días… Cuando ni tan solo tenemos asegurados los próximos cinco minutos de vida. Casi nunca lo que planeas sale exactamente cómo quieres que salga. Pero pensamos que somos invencibles y que lo que les pasa a los demás a nosotros no nos pasará. Y si nos llevan contra las cuerdas, pensamos que cuando nuestra salud se ponga en jaque o bien merme, alguien llegará a tiempo y nos ayudará.

- ¡Cariño, todo ha ido perfectamente! Respondo, levantando el pulgar –OK–.

Hospitalet, mayo de 2015. Sufrí un ictus cardioembólico en el tálamo. Ahí, con el ictus, en ese momento, empezaron a desviarse los planes que inconscientemente había trazado para mi vida. No era lo que yo había planeado ni era lo que quería. Entonces me dediqué a restablecerme del ictus. Tras diez días ingresado en Bellvitge, con el soporte de neurólogos, enfermeras, auxiliares, celadores y un largo etcétera, y con el tiempo y una caña, llegué a ser la persona que, si ahora conocieses por primera vez, no dirías que padeció un ictus. A pesar de quienes me quieren y me conocen de antaño, sí que ven que no soy el mismo de antes. Cuando casi pierdo la existencia y a punto estuvo de escaparse de mis manos, empecé a darme cuenta de lo que vale realmente la vida. No llegué ni llegaré a ser el Francesc de antes… pero tampoco lo quiero. Empezaba a entender a Heráclito.

Pero, en la búsqueda de la causa del ictus, detectaron un aneurisma aórtico de un diámetro de 51 mm. Una anomalía, que si no llegaba a los 55 mm no era necesario operar. Tuve que adaptarme a esa nueva situación. Con cada control semestral se verificaba que no aumentase el diámetro. Visita tras visita el diámetro permanecía estable. ¡¡¡¡Bien!!!! Parecía que todo estaba bajo control. En febrero de 2018 las cosas volvieron a cambiar. Descubrieron que la válvula aórtica era bicúspide. El protocolo es otro y hay que operar con 50 mm. Y mi aorta medía 51. Debía operarme. De nuevo, los planes iniciales que inconscientemente te trazas en la vida se desvían.

Sí, volvían a desviarse. Pero esta vez, y con la experiencia previa de un ictus serio, la percepción de la vida se deforma hasta tal punto que no le das importancia a muchas cosas, que el resto de mortales lucharían a brazo partido por ellas. Te das cuenta de lo que es importante de verdad en la vida. Y en verdad son pocas cosas. Heráclito tenía razón.

Dicen que lo importante en la vida no es lo que te ocurre, sino cómo lo afrontas. También dicen que hay que luchar para conseguir tus sueños…

Reflexionando, llegué a la conclusión de que no es que el plan general de mi vida se hubiese torcido. Sino que los planes sirven para todo aquello que no es trascendental. Y que lo primero, antes de hacer planes, es entender que lo importante es vivir y afrontar las cosas siempre de forma positiva, por mala perspectiva que tengamos. Eso me ayudó a afrontar la nueva situación.

Entonces me di cuenta que la mayoría de mis sueños de niño los había cumplido.

– “Vale, piloto de avión no lo conseguí”.

Y eso me reconfortó y ayudó a abordar la operación en ciernes. No me ayudó a ser fuerte. Me ayudó a prepararme mentalmente para los eventos que iban a suceder. Y lo conseguí con esfuerzo, con la confianza depositada a partes iguales entre yo mismo y mi cirujano. Y además convencido que era el camino correcto.

Ingresé en Bellvitge meses después de saber que la solución a mi aneurisma era una operación de cirugía cardíaca con circulación extracorpórea. No diré que no me temblaron las piernas, porque me temblaron. Envié por WhatsApp a mi mujer y mis dos hijas el vídeo de una canción de Van Morrison (“Someone like you”). La canción resume lo que ellas significan para mí. La envié justamente la víspera de la operación y desde el hospital. Por si acaso…

La conversación con el cirujano horas antes de la intervención, la interacción de enfermeras y auxiliares y alguna que otra ayudita química hicieron que el trance de dormir la noche anterior en el hospital, prepararme para la cirugía al día siguiente y el camino con el celador hasta quirófanos fuera más o menos tranquila. Tal y como las visualicé y preparé mentalmente.

Ahora puedo matizar: -“Cariño” –me dice mi mujer–, “no te han cambiado la válvula aórtica, estaba perfectamente, como indicaban las pruebas. Te han puesto una prótesis donde tenías el aneurisma aórtico ascendente y todo ha ido perfectamente”. Yo solo puedo responder levantando el pulgar: “OK”. “Mucho mejor”, pienso, y vuelvo al estado de sedación en que estaba. En mi pensamiento difuso me digo: “Prueba superada”. Y caigo en un profundo sueño abrazado por Morfeo. Me despierto tiempo después en la UCI. Sucede todo aquello que me explicaron. Lleno de tubos y sondas por todos los sitios. Rodeado de tecnología.

Poco a poco enfermeras y médico intensivistas me van sacando la sedación. Recupero poco a poco la consciencia. En el par de días que estoy en la UCI me sacan paulatinamente los diversos artilugios que tengo conectados a mi cuerpo. Empiezo a beber algo. 

Paso a planta de cirugía cardíaca, donde siguen desconectándome tubos y sondas.

Ligeras décimas de fiebre y algunas cosillas normales en este tipo de cirugías van apareciendo y se van corrigiendo y solucionando. Al fin, tras días de seguimiento y control sobre la intervención realizada, me dan el alta.

No dejo de pensar en los días pasados en UCI y en la planta, y cómo me emocioné en varias ocasiones profundamente; no por la tecnología que me rodeó, sino porque en esos instantes me percaté que un colectivo de personas tan desconocidas para mí llegó a ser, no tan solo profesionales como cabría esperar, sino que las sentí y aún siento próximas, empáticas, amables y cariñosas. No sólo conmigo, si no con el resto de pacientes. Me sentí acogido en una casa ajena y me sentí cuidado por ellos.

Nunca nadie tan desconocido fue tan cercano.

Gracias a todos vosotros y vosotras, equipo de Neurología de Pere C. y Cirugía Cardíaca, Daniel O., Rosa, Ángeles, Santi, Lidia, Desi, Pilar, Bea, Noelia, Loli, Laura y a todos aquellos cuyo nombre no logro recordar de la planta de Neurología, de la UCI y de la planta de Cirugía Cardíaca.

Ahora, quince días después de la cirugía, vuelvo a tener sueños. Múltiples y variopintos. Uno de ellos, ser piloto de avión. Y como en cinco minutos todo puede cambiar, lucho por conseguir los sueños que tengo ahora. Pero con otra mentalidad y con otro espíritu. ¡Disfrutando del día a día y de los que me rodean! ¡Qué gran filósofo fue Heráclito!

 

Francesc C. T.

 

Imagen: morhamedufmg en Pixabay