Before, After y volver a empezar, de David Herrera Lozano, a Desde mi habitación, vol. I (pag. 19)

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Vivimos a distintas velocidades según nuestras vidas ocupadas. Todo suele estar medido, calculado, estipulado y normalmente no tenemos tiempo ni espacio para detenernos. Nos detenemos lo imprescindible para alimentarnos y descansar un mínimo para continuar una frenética huida hacia delante.

El poco tiempo que nos queda para nosotros se convierte en un valor incalculable que a la vez es extremadamente volátil.

Hace unos ocho o nueve días mi ritmo frenético empezó a menguar, me sentía cansado, más de lo que lo puedo estar habitualmente. De repente las velocidades se invirtieron, del médico al hospital y aquí sigo ocho días más tarde, abrumado por el exceso de tiempo que se niega a pasar rápido por mi vida. Cronos se recrea en cada segundo que carece de sentido, al faltarle la utilidad habitual, las agujas dejan de correr, más que andar desandan en un tiempo del que yo carecía y ahora derrocho inútilmente.

Muchas horas en urgencias viendo caras preocupadas por familiares o por dolores propios o ajenos cercanos. Caras que se mueven con decisión entre un mar de confusión buscando espacios y/o remedios para los que andan perdidos. Jerarquías establecidas donde cada uno, desde su posición, confabula una sinfonía donde cada dolor tiene su remedio, cada lágrima su pañuelo y cada miedo su consuelo.

En ese maremágnum… 
Depacientesenfermerasmedicosacompañantesauxiliarescirujanoscamilleros nos relacionamos como la vida misma, cada uno como puede o sabe, con cada cual en cualquier sentido de arriba abajo, de forma transversal o personal, y aparecen complicidades en cualquier forma de gesto o guiño y, sobre todo, en sonrisas abiertas y sinceras que se expanden como antiguos big bang, inundando almas en busca de una cierta caricia, o de un reconocimiento, o de un alivio o de un dolor reconocido.

Tal vez, tan solo sea una mirada a los ojos unos segundos más de lo que socialmente es habitual, tal vez sea un ligero y delicado apretón en el brazo o antebrazo y ese ligero exceso de tiempo chilla a tu alma aliviándola un poco: sé por lo que estás pasando, en ese instante en cualquier forma que el otro ser empatiza contigo, sea enfermera o camillero o señora de la limpieza o doctor o auxiliar, ese ser, esa persona como tú mismo, como yo mismo, te llena el alma de endorfinas curativas que potencian medicamentos y tratamientos.

Encontrar personas para las que ayudar a los demás forma parte de su trabajo, pero que ya sobrepasa lo que es trabajo para ser vocacional y sentirse directamente e inmediatamente útil al que no está en su mejor momento, realmente es una experiencia maravillosa. Porque ver la sonrisa en el rostro de quien hace algo por ti y saber que esa sonrisa significa “me siento bien de que estés algo mejor y me alegro de poder haber hecho algo al respecto”, es dar sentido a lo mejor que tiene la humanidad, el reconocimiento del otro y la sensibilidad a sus necesidades.

After (después)
Estaba desorientado en el tiempo, perdido, no sabía qué había pasado. Mi doctora me dijo: “Tengo que explicarte cómo has llegado aquí”. Tres días más tarde me atreví a preguntar, había superado cuatro paradas cardiorrespiratorias, una de ellas de veinte minutos, tuve una etmo (corazón externo) y una bomba que masajeaba mi corazón. Mis amigos me llaman el renacido y no es para menos.

Tomé dos decisiones, la primera, ser un buen paciente (para salir antes, y eso no me ha salido muy bien, hoy es 13 de mayo e ingresé el 5 de febrero, jajaja… contad vosotros, a mí no me apetece); la segunda decisión fue pasármelo bien. Así que decidí sacar a pasear al mono que llevo dentro (soy mono según el horóscopo chino y eso implica ser juguetón y curioso) y Cronos dejó de ser un problema.

Empecé a acercarme a todo ser viviente que estuviera en un radio de dos metros, incluidos compañeros de habitación. Además de encajar mis bromas, hemos acabado unidos por el WhatsApp.

Cuando me traían la bandeja, siempre de una forma u otra me han dado un no; al preguntar si hoy (y cada día era hoy) tocaba entrecot, las respuestas han sido del sencillo “no” a hoy toca “mariscada o solomillo o parrillada de carne o chuletón” o cualquier cosa que me alejara del soñado entrecot… jajaja, incluso me han dicho que sí, con una sonrisa juguetona, para luego encontrarme brócoli y pescado.

Me he dado cuenta de que cada vez que se acercaba una chica de blanco acababa recibiendo un pinchazo o más, no sabía que en Bellvitge hubiera tantas “acupuntoras”. Mi sagrado sacro acabó con una llaga y necesitaba aceite, pero no de oliva, ni de girasol, ni de soja, día sí día también un par de ojos observaban el final de mi espalda por la parte de abajo, la nuca carecía de interés, así que me di cuenta que nunca me habían visto el culo tantas chicas… jajaja.

Eso de acercarme a todo bicho viviente se volvió en mi contra: la herida de mi pierna izquierda de donde me sacaron la vena safena para uno de los bypass no cerraba por problema de circulación, supongo que era como las rondas de Barcelona un viernes por la tarde con previsión de buen tiempo. Me hicieron otro bypass en el muslo para ver si el mal tiempo mejoraba la circulación de las vías y venas de mi pantorrilla, pero esta última es tan sociable como el resto de mi ser y la muy mona intimó con una bacteria y la cosa acabó de forma melodramática, el divorcio de mi pierna por encima de la rodilla del resto de mi cuerpo. Me la amputaron.

Fue duro, pero si te atracan y te dicen “la pierna o la vida”, evidentemente, la vida sin una pierna puede ser maravillosa, la pierna en un cuerpo sin vida no tiene sentido si se puede escoger. Pero la vida inexorablemente continúa en este caso aún en el hospital. El muñón, en solidaridad con la tibia perdida, decidió el muy primate iniciar relaciones sin ningún tipo de app con otra bacteria, supongo que era esa mezcla de celos y rabia por haber perdido su punto de apoyo. En lugar de psicólogo entró en esta relación tóxica el inmunólogo y se sacó de la manga un antibiótico y un aislamiento durante siete días.

Mi compañero se mudó y yo pasé a tener una suite para mí solo. Hoy, 17 de mayo, mi muñón, parece ser, ha superado el luto por haber perdido su relación, la cicatriz va cerrando y yo vuelvo a compartir habitación. 
Quiero aprovechar para agradecer a los miles de millones de neuronas que han pensado en mi salud, a los cientos de manos que me han cuidado y pinchado, a los cientos de piernas que me han acercado las bandejas de comida sin entrecot y a todas las sonrisas que redundantemente me han sonreído como respuesta a mis bromas o porque les apetecía. 
Parafraseando a un conocido periodista catalán narrando un partido del Barça donde ganaba la liga: “Bellvitge, t'estimo”.

“Beguin the begin”. (“Volver a empezar”)
Volver a empezar fue una película española que me sorprendió en el fin de mi infancia, ganando un Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Recordemos que veníamos de la época del destape. Por aquellos días, todos sabíamos, gracias a esos veranos azules, que Chanquete murió en aquel barco de la playa que nunca moverían. 
Pues bien, hace unos días volví a Bellvitge.

Desgraciadamente, no a saludar a tantos queridos profesionales que me han dado tanto. Yo estaba en un centro sociosanitario para aprender a andar con la prótesis, y allí empecé a encontrarme mal, yo pensaba que era un resfriado, pero me visitó el médico y dijo: “Ambulancia y a Bellvitge”.

En urgencias me sentía ya bastante mal, me ahogaba y sentía dolores por la barriga y, junto al malestar y para no empeorar, no podía ni comer ni beber nada. La boca estaba reseca y, además, con unas gafas nasales de oxigeno de alta presión me hería la garganta. Fue entonces cuando recordé una maravillosa película muy aburrida, en la cual el protagonista, triste y desesperado, vagaba por caminos polvorientos en minas abiertas iraníes, buscando un buen samaritano que aceptase hacerle un favor. Él quería suicidarse y necesitaba, para quedar en paz con su Dios, que alguien lo enterrara. Allí, en el cine Renoir de Les Corts, pequeño e incómodo, todos padecíamos la parsimonia, languidez y desesperación del protagonista y llevábamos aquellos finísimos polvos de la arena en nuestras gargantas. Pero llegando al final de la peli encuentra a un buen hombre que decide ayudarlo a cambio de que escuche una historia y ésta sigue así: una vez hace muchos años yo era un desgraciado y estaba cansado de vivir... ¡Un atardecer me subí a un árbol y até una soga a la rama más alta que alcancé, me acomodé para ponerme la cuerda al cuello y saltar! Pero, justo en ese instante, vi una apetitosa cereza y, al morderla y sentir su sabor tan intenso en mi boca, no pude evitar coger otra, y otras, y así hasta que salió el sol. Entonces aflojó la soga de su cuello, se bajó del árbol y continuó con su vida.

Pues allí estaba yo con la boca reseca, labios agrietados y ahogándome, recordando el último sabor intenso recuperado, y es que, donde actualmente hago rehabilitación para volver a andar (bromas de la vida: la prótesis me llegaba antes de ayer... hoy ya habría dado algún paso en meses...), hay cerca un supermercado donde acudimos todos los residentes. Allí compre unas mandarinas, llegué al centro, algo difíciles de pelar, las prietas mandarinas partidas en dos, tres gajos y boooommm, esa explosión de sabor un tanto ácido me acompañaba en urgencias de Bellvitge y, ya puestos, el ruido del oxígeno que rebotaba en mi cabeza, me dio por recordar aquella vez que realicé un servicio a Cerdanyola y, para volver, decidí hacerlo por la carretera antigua de Horta por disfrutar del olor y del color de Collserola, macerado con las curvas de la carretera, y allí me tropecé con un inesperado mirador del Vallès, me bajé del coche y me encontré con aquel verde de distintos tonos, abarcando toda la vista y, sobre todo, con el cantar de miles de pájaros que, al desaparecer el calor, nos lo hacían notar…  jajaja… ¿Qué sabrán ellos, pobrecitos? Que los rapté a todos con plumas y picos incluidos y los puse en mi cabeza mientras el oxígeno salvador me torturaba sin compasión.

Del centro sociosanitario me gustaría mostrar la generosidad de los abuelos, hay una abuelita bastante inexpresiva, pero siempre que me mira me sonríe.

con los ojos. Cuando entro al comedor, me empieza a cantar… jajaja… La canción que más me sorprendió que me cantase fue "Soy rebelde", de Jeannette, pero es que hay otra abuelita que, al oírla, se incorporaba un poco, me miraba y me bailaba sevillanas, esta última, pobrecita, nos dejó hace un tiempo. Siempre que entro al comedor me acerco a mi soprano y le digo algo: “Gracias, guapa" y ella simplemente se emociona hasta la lágrima. Qué fácil puede ser la vida, ¿no? 
El camino del super al centro son 100 metros, pero con una ligera pendiente ascendente, que se convierte en una cura de humildad. Yo antes iba siempre con prisa por falta de tiempo, pues ese caminito con mi silla de ruedas… jajaja… ruedas redondas, no cuadradas, los abuelos me avanzan a toda velocidad. Siempre nos acabamos poniendo en nuestro sitio, ¿no?

Y nuestro sitio, el mío en este momento, es Bellvitge y ¿ello que ha supuesto? Pues esta bendita neumonía mastodóntica me ha hecho recuperar las emociones compartidas con enfermeras y médicos, que han sido tan profundas como intensas. Me vienen a ver de otras plantas donde estuve la otra vez, con la misma sonrisa y sinceridad, latente, sin perderse nada en el camino, y es que es así, en el camino de la vida nada se pierde y está todo por encontrar, solo hay que ir a por ello y compartir. Así que yo esperaba aparecer por aquí ya con mi prótesis, mi patapalo, como digo yo, erguido y andando, mirando a todo el mundo a la altura de la frente, para agradecer todo lo que han hecho por mí, y eso es todo, porque todo es la vida y aquí me la devolvieron y esta misma vida me ha enviado como con un guiño en avanzadilla acompañado de la cariñosa neumonía.

Pero os aseguro una cosa, no sé los días que me quedan aquí como paciente, no serán muchos, pero yo voy a disfrutar de todos ellos.

Y si por el simple sabor de una mandarina un poquito ácida, ya es maravilloso vivir, cuántas miles de pequeñas cosas no la hacen excepcional, a pesar de las muchas dificultades que vamos superando.

Vivir la vida es perfectamente imperfecto y eso le da valor.

Un abrazo a todos y aquellos que no estén en su mejor momento, pues a todos o los que los necesiten, barra libre de abrazos, sírvanse según apetencias o necesidades.

P.D.. En mi infancia, en un Seat 600 beige dos puertas íbamos: el Manolo, la yaya, mi padre, mi madre, mis dos hermanas y yo, además de la mesa de camping y las cuatro sillas, camino de las pinedas de Gavà, a la playa. Recuerdo que había dos puntos en la autovía de Castelldefels que marcaban el recorrido. Uno de ellos era aquel olor, hedor, peste de la fábrica de la Seda jajaja, pero aquello era bueno, nos acercábamos a la playa, y el otro punto, lo llamábamos “la casa de la leche condensada” y eso era Bellvitge, porque la forma y los colores nos recordaban el pote de leche condensada El Castillo y decíamos que allí hacían la leche. Nunca hubiera llegado a suponer lo dulce que ha llegado a ser la casa de la leche condensada en mi vida. Os recomiendo una película: “El sabor de las cerezas”, de Abbas Kiarostami.